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Jan van Eden
06/09 - 07/10/2007
"El observador ante el caos"
Fundación
ALCORT Binéfar, Spanje
Avda. del Pilar,
28 - 22500 Binéfar (Huesca)
martes a sabado 19:00 a 21:00 h
Imagenes de la inauguración 6 de septiembre 2007

[07 Alcort sala 04]
Eye Contact
(Tryptich), 2006,
Acrylic on
cotton, 180x60x5 - 180x60x5 - 180x60x5 cm,
Reference:
062202-04
Time is money,
2005,
Acrylic on linen,
150x116 cm,
Reference: 052502
mas imagenes nuestro mundo
 [063406,
072202]
EL OBSERVADOR ANTE
EL CAOS
Antón Castro
Jan van Eden se ha
empeñado en no perder el paraíso. Quizá porque en el fondo lo lleva dentro, en
su propio apellido, en ese Eden o edén que le confiere carácter. Desde muy
joven, desde los tiempos en que estudiaba Matemáticas, Ciencias Naturales y
Geología, Jan van Eden ya se sentía pintor, y ya garabateaba papeles y lienzos
en secreto, en los tiempos muertos que a uno le dispensa a la vida. Antes de
iniciar su particular vuelta al mundo, Jan van Eden viajó a Galicia, a Asturias
y a los Pirineos aragoneses. En Huesca, cuando quería ser un pájaro libre con un
verso de enamorar en los labios, conoció a Pepa Santolaria. Y con ella iba a
recorrer África, América Latina, Oriente Próximo, distintos lugares del mundo, e
iba a fortalecer su vocación de pintor. Del amor, de la convivencia y de los
viajes, nació una forma de vivir desde la pintura. Las casas siempre estaban
presididas por cuadros; en las mudanzas, río arriba o monte abajo, siempre había
un rollo de óleos: el diario de la creación, las imágenes alucinadas de la
pasión de pintar en cualquier lugar de la tierra, la urgencia de expresarse
mientras rugen los tigres o se agitan las lianas en la noche.
Jan van Eden
se educó, en el tramo inicial de su formación autodidacta, a la sombra de los
grandes maestros expresionistas como Kirchner, Grosz, Max Beckmann, Otto Dix y
Oscar Kokoschka, entre otros. Todos ellos tenían como característica el
expresionismo figurativo, la realidad atrapada de forma grotesca, con la lucidez
desesperada de quien mira y ve dolor, miseria, espanto y muerte. De esa
atracción le sale a Jan van Eden una obra turbadora, llena de desgarro y de
demonios interiores. Y de ahí, podría decirse que pasa a un periodo de rebeldía
y compromiso social que presenta una iconografía semejante, e igualmente
tempestuosa, a la de Antonio Saura. El pintor reside en Amsterdam y en
Sabayés; en esa morada-paraíso que se abre a una infinita vaguada de La Hoya de
Huesca tiene cuadros suyos de gran personalidad, cuadros de sesgo brutal en
negros y gris, pero el visitante poco advertido puede pensar que son de Saura.
Son las afinidades electivas del creador holandés, y acaso sus bromas.
Jan van Eden,
aunque no se dedicase solo a pintar, era un virtuoso: exploraba técnicas y
formas, se acercaba al informalismo y al arrebato gestual, usaba el color como
quien usa un latigazo o una detonación. Afinando aún más su coherencia, apuntó
hacia otro asunto: la crítica del poder, la sátira y la denuncia de su fatuidad.
De ahí que los cuadros ofreciesen rostros levemente desfigurados, borrosos,
quizá despersonalizados. Sin duda, ése es el periodo en que Jan se aproxima más
al mundo de Francis Bacon: en la cara de sus personajes parece haber un único
ojo, un ojo de cíclope, que domina la escena, y parece existir un ser
atormentado y agresivo que tiene algo de depredador o de monstruo que nos vigila
y que nos desafía.
La pintura de van Eden ha destacado siempre por su versatilidad. Por su sentido
del color. Por la facilidad del dibujo. Cuando quiere ser temperamental o
avasallador, lo es. Cuando quiere emplear el esquematismo, esas heridas
cromáticas que alancean el cuadro, la superposición de planos, lo hace. Cuando
quiere ser constructivista o cubista, desarrolla esas estéticas con enorme
inventiva. Todo ello se percibe en un repaso a su obra, a su mundo variado y a
la vez sugerente que ofrece desnudos de mujer, elaboradas formas monstruosas,
líderes o ejecutivos en interiores desapacibles, bestiarios (panteras, tigres,
Evas modernas) o criaturas más o menos voluptuosas que están inscritas entre
moles de edificios con su inquietante perfil de pájaro...
La evolución
de Jan van Eden es incesante. Disfruta con su trabajo. No se conforma. Y se
compromete con la actitud de un cronista desde el lienzo, de un observador ante
el caos. Sus últimos trabajos son una interpretación sobre aspectos de la
realidad: la moda, las relaciones entre los seres humanos, el poder de la
belleza y del erotismo, la injusticia, el capitalismo y, sobre todo, las
guerras, y algunos de sus derivados, espeluznantes antes y después de cualquier
contienda, como el terrorismo. Jan van Eden siempre fue un pintor de denuncia:
de denuncias íntimas, de torturas del alma, de llanto y desubicación
existencial. Y de denuncias externas, de toma de posición, alguien que agita
conciencias con la pintura, con la mancha, con la artesanía del trazo.
Esta muestra
es una evidencia. Y tal vez puede interpretarse como otra toma de postura desde
el realismo y desde otro tratamiento del color. En estas piezas, las figuras, no
precisamente felices, surgen desde una especie de masa homogénea cromática,
desde planos de color casi lisos, y a veces, premeditadamente indefinidas,
apenas se ven. Exigen ser miradas, piden ser vistas, reclaman ser adivinadas.
Cabría decir también que en este trabajo, Jan van Eden es más narrativo: una vez
vistos, podemos seguir a sus personajes, podemos verlos avanzar, imaginarnos a
donde van, imaginarnos a quién van a ofrecer su desnudo y sus senos esas mujeres
que pasan. El uso del tríptico muestra esta intención, esta necesidad de contar
desde la untuosidad del lienzo.
El pintor
considera que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, y que por aquí y
por allá hay ciudadanos en naufragio, heridos por la ira, por la sinrazón, por
el estupor. Pensemos en sus series sobre el atentado de las Torres Gemelas y sus
posteriores y terribles consecuencias; quizá dé a entender el pintor que no
debemos descartar una relación entre los diversos polvorines de Oriente (podría
colegirse de algunos cuadros una vindicación de los palestinos) y la
intervención de fuerzas extranjeras con esa abominable reacción que ha
despertado al mundo con una brutalidad inconcebible. El observador ante el caos
que es Jan van Eden se sirve de dos elementos fundamentales: la fotografía, que
en algún caso es el soporte o la matriz de sus figuras, la realidad
transfigurada, y el dibujo, persistente y muy logrado.
Jan van Eden
es un artista maduro, reflexivo, que cree en el arte como vehículo de
transformación del mundo. Como clamor contra los desmanes y los
atropellos. Y es un artista de pulsiones que trabaja con constancia y deleite.
Quizá por ello, cuando las luces se suavizan en el crepúsculo de las montañas,
se asoma al precipicio y respira. Respira. Mira los vencejos. Sabe que para
encontrar un paraíso fuera, tan exultante como ése, hay que alimentar un paraíso
dentro: en el nombre, en la sangre, en la intención.

Abu Al Ghraib, 2006,
Oil on cotton, 40x120x5 cm, Collection: Fundacion
Alcort, Binefar, Reference: 063404-7

Reopen
911 (centre), 2007,
Oil on cotton, 40x59x5 cm,
Reference: 073402

Victims
911, 2006,
Oil on cotton,
40x54x5 cm,
Reference: 063411

The
road to Guantanamo, 2007,
Oil on cotton,
20x29,5x5 cm,
Reference:
073419

Flag,
2007,
Oil on cotton, 20x29,5x5 cm,
Reference:
073420

Al-Nakba
II, 2007,
Acrilico
sobre lino, 180x120x5 cm,
Ref. 072202.
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